Con las herramientas teóricas en la punta de los dedos -porque no se puede decir que las tenía bien agarradas en la mano- se presentó a su primera sesión de terapia. En su cabeza deambulaban miles de ideas y de frases teóricas que debía tener en consideración al atender a su paciente: postura, lenguaje, definiciones de trastornos, presentación personal… en fin, miles de variables a manejar y no todas dependían de ella, pues además debía considerar aquellas que guardaban relación con su paciente y que se sentía en la necesidad de detectar.
Ya sentada en su box, después de haber revisado el orden y limpieza del mismo, y luego de haber estirado su falda unas seis veces en momentos distintos, estaba lista para que llegara “Yolanda”. Se quedó sentada, por al menos un minuto y medio, con lápiz en mano, inmóvil, ensayando su mejor cara de terapeuta, y con el oído atento, esperando a que sonara el citófono anunciando la llegada de su paciente, hasta que se percató de que estaba perdiendo el tiempo y haciendo el ridículo y se empezó a sentir ansiosa. Aprovechando el lapso volvió a leer la ficha de “Yolanda”, reparando en detalles que antes no había visto: repasó su edad, antecedentes médicos, diagnósticos anteriores, fechas, lugares… en fin, todo. También leyó las preguntas que ya había preparado como guía, las mismas que después fueron sólo un estorbo.
El reloj del box marcaba 10 minutos de retraso y la Terapeuta Novata volvió a encender el celular, con la incertidumbre -¿o la esperanza?- de que su paciente no se presentara. Me llamó, y me deshice, como siempre, en cuentos acerca de mi trabajo, y cuando ya estaba desesperándose por no poderme contar de su ansiedad, llegó el esperado sonido… y ahí comenzó a tiritar. Cortó al tiro, se arregló una vez más su falda, y partió.
Se dirigió al lobby del centro de atención y ahí estaba, ni tan chica ni tan desvalida como se la imaginó, nerviosa y quizás tan ansiosa como ella. “Había un taco tremendo”, dijo justificándose y la Terapeuta Novata, tan desatinada, le preguntó si venía en metro…
La Terapeuta Novata empezó la sesión aclarando sus peculiaridades en el tono de voz y en el lenguaje, para que “Yolanda” no se asustara y para que no preguntara, y después de un bache en este viaje que comenzó a 120 km/hr, empezaron a pasear por la Alameda de sus años de vida, la Terapeuta Novata tratando de conducir y ella mirando al vacío por encima del hombre de la psicóloga, con los brazos cruzados, como si quisiera ver un paisaje donde sólo habían cuatro paredes, un techo, un reloj, tres sillas, un escritorio y una psicóloga en formación muerta del miedo, intentando parecer segura.
Mientras hablaba, la Terapeuta Novata la revisaba entera, a la vez que se revisaba a sí misma, forzando posturas de psicóloga atenta a sus cuentos. De pronto, comenzó a pensar en su inseguridad, en su novatada y en la locura que era que esta mujer de casi 3 décadas le estuviese contando historias de su vida, esperando que la Terapeuta Novata la ayudara a sobrellevar una crisis depresiva… ¡se lo contaba a ella! ¡a ella que nunca en su vida había tenido una paciente! ¡a ella que estaba haciendo un trabajo de la escuela, que lo tenía que hacer bien porque otros la iban a evaluar! Y se sintió culpable, se sintió mala por preocuparse de sus notas y su reputación, mientras “Yolanda” contaba acerca de un errado neurólogo y sus erradas instrucciones para combatir la depresión.
En ese mismo momento fue en el que comenzaron a oscilar en la misma frecuencia, la Terapeuta Novata la empezó a mirar asombrada de sus historias de hipomanía, con su mano sosteniendo su cara de novata maravillada y emocionada. Se dio cuenta de cómo podía experimentar lo que sentía “Yolanda”, movía los dedos de la mano para asegurarse de que esa sensación que tenía de estar sosteniendo la mano de la paciente era ficticia, se imaginaba con colores las emociones de su paciente en los cuentos que hacía, volaba junto a “Yolanda”, como en una alfombra mágica por las gracias y desgracias de la vida de su paciente, que era quien guiaba el camino ahora. La velocidad fue disminuyendo, y la última parada fue en el centro de atención, donde decidieron verse en una semana más. Antes de finalizar, juntas elaboraron las metas terapéuticas y juntas fueron a agendar una nueva hora. Se despidieron y la Terapeuta Novata corrió al box y sola, mirando el techo, respiró como embarazada en pleno proceso de parto...
Ya sentada en su box, después de haber revisado el orden y limpieza del mismo, y luego de haber estirado su falda unas seis veces en momentos distintos, estaba lista para que llegara “Yolanda”. Se quedó sentada, por al menos un minuto y medio, con lápiz en mano, inmóvil, ensayando su mejor cara de terapeuta, y con el oído atento, esperando a que sonara el citófono anunciando la llegada de su paciente, hasta que se percató de que estaba perdiendo el tiempo y haciendo el ridículo y se empezó a sentir ansiosa. Aprovechando el lapso volvió a leer la ficha de “Yolanda”, reparando en detalles que antes no había visto: repasó su edad, antecedentes médicos, diagnósticos anteriores, fechas, lugares… en fin, todo. También leyó las preguntas que ya había preparado como guía, las mismas que después fueron sólo un estorbo.
El reloj del box marcaba 10 minutos de retraso y la Terapeuta Novata volvió a encender el celular, con la incertidumbre -¿o la esperanza?- de que su paciente no se presentara. Me llamó, y me deshice, como siempre, en cuentos acerca de mi trabajo, y cuando ya estaba desesperándose por no poderme contar de su ansiedad, llegó el esperado sonido… y ahí comenzó a tiritar. Cortó al tiro, se arregló una vez más su falda, y partió.
Se dirigió al lobby del centro de atención y ahí estaba, ni tan chica ni tan desvalida como se la imaginó, nerviosa y quizás tan ansiosa como ella. “Había un taco tremendo”, dijo justificándose y la Terapeuta Novata, tan desatinada, le preguntó si venía en metro…
La Terapeuta Novata empezó la sesión aclarando sus peculiaridades en el tono de voz y en el lenguaje, para que “Yolanda” no se asustara y para que no preguntara, y después de un bache en este viaje que comenzó a 120 km/hr, empezaron a pasear por la Alameda de sus años de vida, la Terapeuta Novata tratando de conducir y ella mirando al vacío por encima del hombre de la psicóloga, con los brazos cruzados, como si quisiera ver un paisaje donde sólo habían cuatro paredes, un techo, un reloj, tres sillas, un escritorio y una psicóloga en formación muerta del miedo, intentando parecer segura.
Mientras hablaba, la Terapeuta Novata la revisaba entera, a la vez que se revisaba a sí misma, forzando posturas de psicóloga atenta a sus cuentos. De pronto, comenzó a pensar en su inseguridad, en su novatada y en la locura que era que esta mujer de casi 3 décadas le estuviese contando historias de su vida, esperando que la Terapeuta Novata la ayudara a sobrellevar una crisis depresiva… ¡se lo contaba a ella! ¡a ella que nunca en su vida había tenido una paciente! ¡a ella que estaba haciendo un trabajo de la escuela, que lo tenía que hacer bien porque otros la iban a evaluar! Y se sintió culpable, se sintió mala por preocuparse de sus notas y su reputación, mientras “Yolanda” contaba acerca de un errado neurólogo y sus erradas instrucciones para combatir la depresión.
En ese mismo momento fue en el que comenzaron a oscilar en la misma frecuencia, la Terapeuta Novata la empezó a mirar asombrada de sus historias de hipomanía, con su mano sosteniendo su cara de novata maravillada y emocionada. Se dio cuenta de cómo podía experimentar lo que sentía “Yolanda”, movía los dedos de la mano para asegurarse de que esa sensación que tenía de estar sosteniendo la mano de la paciente era ficticia, se imaginaba con colores las emociones de su paciente en los cuentos que hacía, volaba junto a “Yolanda”, como en una alfombra mágica por las gracias y desgracias de la vida de su paciente, que era quien guiaba el camino ahora. La velocidad fue disminuyendo, y la última parada fue en el centro de atención, donde decidieron verse en una semana más. Antes de finalizar, juntas elaboraron las metas terapéuticas y juntas fueron a agendar una nueva hora. Se despidieron y la Terapeuta Novata corrió al box y sola, mirando el techo, respiró como embarazada en pleno proceso de parto...
2 comentarios:
Estimada Psicoterapeuta en proceso de fondalización profesional, créame que lo disfruté mucho, mucho.
Tanto, tanto?? que se lo voy a recomendar a algunas personitas, que como usted, estarán en esa situación en un breve tiempo y a cuya formación he apostado tiempo dedicación y optimistas expectativas. No descarto la posibilidad de un encuentro próximo entre usted y ellas, recíprocamente útil y placentero.
me parece muy verídico. Es un fiel reflejo de lo que estamos viviendo... igual bastante mina (jaja), pero no por eso menos cierto. Me gusta tu estilo literario, suena fresco y divertido, como de novela rosa (sin desmerecer el género), me refiero a que resulta simple de entender y ágil de leer...
bueno me despido (parece crítica literaria)... sigue escribiendo
chauuuu!!!
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