
Anaís Aluicio, Psicóloga Clínica
PSICÓLOGA CLÍNICA
Diplomado en Docencia Universitaria. Universidad San Sebastián.
Pasantía Clínica. Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Chile. Santiago, Chile.
Diplomado Psicología Clínica: Psicodiagnóstico y Psicoterapia. Universidad de Chile. Santiago, Chile.
Psicología. Mención Psicología Clínica. Universidad Santo Tomás. Santiago, Chile.
Psicología. Universidad de La Habana. Cuba
Diplomado en Docencia Universitaria. Universidad San Sebastián.
Pasantía Clínica. Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Chile. Santiago, Chile.
Diplomado Psicología Clínica: Psicodiagnóstico y Psicoterapia. Universidad de Chile. Santiago, Chile.
Psicología. Mención Psicología Clínica. Universidad Santo Tomás. Santiago, Chile.
Psicología. Universidad de La Habana. Cuba
sábado, 16 de enero de 2010
¿Por qué suceden las desgracias? (A propósito del terremoto en Haití)
Pienso que si de algo sirven estas desgracias es para darnos a los seres humanos la posibilidad de hacernos uno y ayudarnos mutuamente... José Martí decía "de América soy hijo y a ella me debo"... me ha llenado de satisfacción ver cómo hay muchos profesionales que ofrecen sus servicios como voluntarios para ayudar a tanta gente que lo necesita.
Mi llamado es a aportar en dinero, que es lo que más se necesita en estos momentos, aunque sean $2.000 (es lo mínimo que acepta una transferencia electrónica), porque de a poco se reúne lo que necesitan esas personas que lo están pasando tan mal. Pensemos que en un país donde el 78% de la poblaciópn vive con 2 dólares diarios, lo que para nosotros puede ser poco, para ellos puede significar lo necesario para vivir durante 2 días.
Gracias, en nombre de los seres humanos que lo están pasando mal, a todos aquellos que ayudan y que se disponen a hacerlo, y gracias, en mi propio nombre, por ser una luz de esperanza dentro de la pena que causa ver tanto dolor.
sábado, 2 de mayo de 2009
El Día del Cómo

Siguiendo los hilos de mi mente llegué al lugar donde guardo la información procedimental de cómo envolver regalos, y dudé por un momento dónde y con quién lo había aprendido, y entre dos figuras femeninas cercanas construí una nueva, tierna y dedicada, que con un amor profundo (cómo) me regaló esta habilidad (qué), y me alegré mucho de no haber guardado por completo el qué, sino el lazo afectivo representado por el cómo; y me convencí de nuevo de que los seres humanos somos todos distintos porque nos formamos a retazos reconstruidos de aquellos con los que compartimos la vida.
Al igual que hay un Día del Trabajador, uno de las madres, de los padres, etc., deberíamos declarar un Día del Cómo, y que al menos por una jornada, las construcciones volvieran a tener hermosas figuras en yeso y metal, y que la ropa fuera cosida para que dure toda la vida, y que los muebles volvieran a ser pesadas piezas de madera no desarmable, y que la era de los objetos desechables no impida que recordemos que lo más importante no es lo que tenemos, sino cómo lo tenemos, y, mejor aún, para qué lo tenemos.
viernes, 28 de noviembre de 2008
Celebración del Día del Psicólogo en la UST
Este es un extracto de mi comentario en la celebración del Día del Psicólogo, que celebramos en la UST, el 12 de noviembre de 2008.
(...)
Primeramente, antes de comenzar a hablar de mi experiencia laboral, me gustaría hacer referencia a un par de puntos que son de vital importancia para la exposición posterior.
Yo ingresé a la Universidad Santo Tomás con estudios previos de Psicología en Cuba, mi país natal. (...) Hice mi proceso de ingreso, y con el pasar de los semestres, amé y repudié profundamente a muchos profesores, para después darme cuenta de que gracias a sus falencias y virtudes me quedé con lo mejor de cada uno de ellos. Aunque creo que el semestre que cometí la osadía de tomar 10 ramos los odié a todos… (aunque igual me eximí de dar examen final en 7 de esos 10)
Pronto llegó el momento de elegir mención, y aunque siempre supe que yo era clínica de cuerpo y alma, tuve algunas “aventuras” en otras menciones, sin embargo; un día me vi en un box del CAPs, sola, con una paciente que creía más que yo en mi capacidad de ayudarla, y critiqué que nos hicieran esto (a ella y a mí), en un momento en el que aún yo estaba “poco preparada”. Sin embargo, tal como me había pasado antes, cuando llegué a mi práctica laboral en 5to año, me di cuenta de que nosotros podíamos hablar de pacientes bastante más cómodamente que los de otras universidades de más linaje.
Durante mi práctica profesional, para mí la Psicología Clínica era puramente institucional. Se seguían las normas del lugar que nos acogió, y tanto nosotros como los pacientes debíamos obedecerlas. Una vez más, la primera reacción fue de cuestionamiento y crítica negativa ante ciertas reglas, que obviamente nosotros sabríamos adaptar mejor que esos profesionales que llevaban años siendo psicólogos, muchos de ellos, dicho sea de paso, creadores de modelos “supraparadigmáticos” o “inauguradores” de institutos… Cuando egresé y me dieron el Certificado de Título, me arrendé una consulta por un día a la semana y cuando vi que las reglas las podría colocar yo, que nadie me iría a corregir y que si un paciente entraba en crisis yo estaría más sola que guardiana de faro, quería que alguien, ¡por favor!, me controlara la hora de entrada, y que de pasadita, pusiera a mi disposición un psiquiatra, un test de Rorschach, un TRO y un par de secretarias; pero más que nada, yo echaba de menos a mi supervisora, sí, ¡a mi supervisora!
Así, abrí los ojos a un mundo de responsabilidad profesional y a cada minuto, cual discípula obediente, me preguntaba en mi soledad laboral: ¿qué diría Carmen Luz de esto? me asocié a un co-terapeuta y entre los dos hacíamos lo que aprendí a hacer en mi pre-práctica y práctica: a funcionar como un equipo de trabajo y a compartir nuestras experiencias y resúmenes de sesiones con los pacientes. Poco a poco, me fui dando cuenta de que los psicólogos nos seguimos creyendo durante la formación de pregrado que sólo cuando egresemos lo sabremos todo, y en cierta forma ya lo íbamos sabiendo, aunque no “nos creíamos el cuento”, y no nos sentíamos capaces de “ser psicólogos”.
Después, por las vueltas de la vida, un par de correos oportunos, mucho atrevimiento y un currículum con asesoría, comencé a trabajar como docente… y ahí empecé a pensar en los profes que amé y repudié, y sentí que esta vez yo estaba del otro lado de la cancha… lista para ser amada por unos y repudiada por otros, y me di cuenta de que Bandura tenía razón, porque me vi haciendo cosas que aprendí sin saber que las había aprendido, me descubrí imitando a unos profesores y evitando seguir el ejemplo de otros. O sea, que incluso los profesores que yo creía no tan buenos me guiaron en el camino. Por otra parte, esa “aventura” que tuve con la mención Educacional se convirtió en una relación estable, pero, por alguna razón, parece no haber incompatibilidad de caracteres entre estos dos amores.
Tuve la crisis normativa correspondiente, pero ya me acostumbré a que me trataran de “usted”, y bien rápido comencé a hacer dos Diplomados, que fueron el complemento perfecto para la formación de pregrado que había tenido, y que además me abrieron muchas puertas. Después de que otras tantas se cerraran.
Actualmente, hago clases en horario diurno y vespertino, y atiendo pacientes una vez a la semana. Estudio más que cuando estaba en la universidad, pero ahora la nota la ponen los destinatarios de mis búsquedas bibliográficas: mis estudiantes y mis pacientes, cuando aprenden o no, cuando ocurre cambio en psicoterapia, o no. Créanme que son mucho más exigentes que cualquier profesor.
Creo que hasta hoy, las lecciones más importantes han sido que nunca se termina de aprender, que el trabajo colaborativo es mil veces más enriquecedor y provechoso que las tareas que se enfrentan a solas, y que se es psicólogo a secas, porque la Psicología está en todo y en todos, y que sin tender a ser “expertos en nada”, no podemos enajenarnos de la labor de las otras áreas, porque nuestro objeto de estudio, en el fondo, es el mismo, aunque pongamos el énfasis en ciertos procesos.
(...)
Primeramente, antes de comenzar a hablar de mi experiencia laboral, me gustaría hacer referencia a un par de puntos que son de vital importancia para la exposición posterior.
Yo ingresé a la Universidad Santo Tomás con estudios previos de Psicología en Cuba, mi país natal. (...) Hice mi proceso de ingreso, y con el pasar de los semestres, amé y repudié profundamente a muchos profesores, para después darme cuenta de que gracias a sus falencias y virtudes me quedé con lo mejor de cada uno de ellos. Aunque creo que el semestre que cometí la osadía de tomar 10 ramos los odié a todos… (aunque igual me eximí de dar examen final en 7 de esos 10)
Pronto llegó el momento de elegir mención, y aunque siempre supe que yo era clínica de cuerpo y alma, tuve algunas “aventuras” en otras menciones, sin embargo; un día me vi en un box del CAPs, sola, con una paciente que creía más que yo en mi capacidad de ayudarla, y critiqué que nos hicieran esto (a ella y a mí), en un momento en el que aún yo estaba “poco preparada”. Sin embargo, tal como me había pasado antes, cuando llegué a mi práctica laboral en 5to año, me di cuenta de que nosotros podíamos hablar de pacientes bastante más cómodamente que los de otras universidades de más linaje.
Durante mi práctica profesional, para mí la Psicología Clínica era puramente institucional. Se seguían las normas del lugar que nos acogió, y tanto nosotros como los pacientes debíamos obedecerlas. Una vez más, la primera reacción fue de cuestionamiento y crítica negativa ante ciertas reglas, que obviamente nosotros sabríamos adaptar mejor que esos profesionales que llevaban años siendo psicólogos, muchos de ellos, dicho sea de paso, creadores de modelos “supraparadigmáticos” o “inauguradores” de institutos… Cuando egresé y me dieron el Certificado de Título, me arrendé una consulta por un día a la semana y cuando vi que las reglas las podría colocar yo, que nadie me iría a corregir y que si un paciente entraba en crisis yo estaría más sola que guardiana de faro, quería que alguien, ¡por favor!, me controlara la hora de entrada, y que de pasadita, pusiera a mi disposición un psiquiatra, un test de Rorschach, un TRO y un par de secretarias; pero más que nada, yo echaba de menos a mi supervisora, sí, ¡a mi supervisora!
Así, abrí los ojos a un mundo de responsabilidad profesional y a cada minuto, cual discípula obediente, me preguntaba en mi soledad laboral: ¿qué diría Carmen Luz de esto? me asocié a un co-terapeuta y entre los dos hacíamos lo que aprendí a hacer en mi pre-práctica y práctica: a funcionar como un equipo de trabajo y a compartir nuestras experiencias y resúmenes de sesiones con los pacientes. Poco a poco, me fui dando cuenta de que los psicólogos nos seguimos creyendo durante la formación de pregrado que sólo cuando egresemos lo sabremos todo, y en cierta forma ya lo íbamos sabiendo, aunque no “nos creíamos el cuento”, y no nos sentíamos capaces de “ser psicólogos”.
Después, por las vueltas de la vida, un par de correos oportunos, mucho atrevimiento y un currículum con asesoría, comencé a trabajar como docente… y ahí empecé a pensar en los profes que amé y repudié, y sentí que esta vez yo estaba del otro lado de la cancha… lista para ser amada por unos y repudiada por otros, y me di cuenta de que Bandura tenía razón, porque me vi haciendo cosas que aprendí sin saber que las había aprendido, me descubrí imitando a unos profesores y evitando seguir el ejemplo de otros. O sea, que incluso los profesores que yo creía no tan buenos me guiaron en el camino. Por otra parte, esa “aventura” que tuve con la mención Educacional se convirtió en una relación estable, pero, por alguna razón, parece no haber incompatibilidad de caracteres entre estos dos amores.
Tuve la crisis normativa correspondiente, pero ya me acostumbré a que me trataran de “usted”, y bien rápido comencé a hacer dos Diplomados, que fueron el complemento perfecto para la formación de pregrado que había tenido, y que además me abrieron muchas puertas. Después de que otras tantas se cerraran.
Actualmente, hago clases en horario diurno y vespertino, y atiendo pacientes una vez a la semana. Estudio más que cuando estaba en la universidad, pero ahora la nota la ponen los destinatarios de mis búsquedas bibliográficas: mis estudiantes y mis pacientes, cuando aprenden o no, cuando ocurre cambio en psicoterapia, o no. Créanme que son mucho más exigentes que cualquier profesor.
Creo que hasta hoy, las lecciones más importantes han sido que nunca se termina de aprender, que el trabajo colaborativo es mil veces más enriquecedor y provechoso que las tareas que se enfrentan a solas, y que se es psicólogo a secas, porque la Psicología está en todo y en todos, y que sin tender a ser “expertos en nada”, no podemos enajenarnos de la labor de las otras áreas, porque nuestro objeto de estudio, en el fondo, es el mismo, aunque pongamos el énfasis en ciertos procesos.
viernes, 24 de octubre de 2008
A ti, que me dices "profe"...
...
A ti, que te interesas por mí, te quiero agradecer el cariño que me das, el espacio que construyes conmigo y con tus compañeros en la sala de clases, la comprensión y el respeto que demuestras por mi labor. Sin ti no sería tan feliz como maestra. Gracias.
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A ti, que te interesas por mí, te quiero agradecer el cariño que me das, el espacio que construyes conmigo y con tus compañeros en la sala de clases, la comprensión y el respeto que demuestras por mi labor. Sin ti no sería tan feliz como maestra. Gracias.
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miércoles, 21 de mayo de 2008
¿Cuántas redes necesito para ser feliz?
A propósito de algunas experiencias personales, y del orgullo y la alegría que me genera ejercer mi profesión, hoy me gustaría reflexionar acerca de las vivencias relacionadas con el trabajo y la profesión en la vida.
Partamos por el hecho de que lo que creemos que somos conforma una entidad psicológica llamada “autoconcepto”, que cada uno de nosotros desarrolla a lo largo de la vida, y que va cambiando en la medida que vamos formando nuestra identidad. O sea, quiénes somos implica también lo que hacemos y de qué somos capaces, y también cómo nos sentimos al respecto de lo que somos. Es decir, que la manera en que nos conceptualizamos a nosotros mismos tiene influencia en nuestra autoestima, en cuánto nos queremos, o nos creemos merecedores de nuestra felicidad o desdicha.
Esta que reproduzco acá es la historia de un pescador. Es una versión de la original, que escuché hace algún tiempo:
En cierta ocasión iba un ejecutivo muy exitoso paseando por una playa. Era el mediodía cuando se encontró con un pescador que felizmente recogía sus redes llenas de pescado. El ejecutivo le preguntó si no era muy temprano para dejar de trabajar. El pescador le miró de reojo y, sonriendo mientras recogía sus redes, le dijo que había pescado lo que necesitaba y que por lo tanto, ya podía regresar a su casa. Incrédulo, el ejecutivo siguió cuestionándolo y el pescador, sorprendido, le respondió:
Mire, yo me levanto por la mañana a eso de las nueve, desayuno con mi mujer y mis hijos, luego les acompaño al colegio, y a eso de las diez me subo a mi barca, salgo a pescar, faeno durante cuatro horas y a las dos estoy de vuelta. Con lo que obtengo en esas cuatro horas tengo suficiente para que vivamos mi familia y yo, sin holguras, pero felizmente. Luego voy a casa, como tranquilamente, hago la siesta, voy a recoger a los niños al colegio con mi mujer, paseamos y conversamos con los amigos, volvemos a casa, cenamos y nos metemos en la cama felices.
El ejecutivo intervino una y otra vez, proponiéndole al pescador que invirtiera más tiempo, para ganar más dinero, y comprar nuevos materiales que le permitieran, en un horario de 8 de la mañana a 10 de la noche, lograr una pequeña flota de barcos, con pescadores a quienes él debería dirigir, para convertirse así, en un hombre exitoso y rico como él.
El pescador, sin comprender el sentido de lo que aquel hombre estaba diciendo, después de escucharlo planificarle su vida por los próximos 20 ó 30 años de trabajo, una vez más, preguntó “¿y eso, para qué?” y el exitoso ejecutivo, desconcertado por la pregunta, respondió:
¡Cómo se nota que usted no tiene visión empresarial ni estratégica ni nada de nada! ¿No se da cuenta de que con todos esos barcos tendría suficiente patrimonio y tranquilidad económica como para levantarse tranquilamente por la mañana a eso de las nueve, desayunar con su mujer e hijos, llevarlos al colegio, salir a pescar por placer a eso de las diez y sólo durante cuatro horas, volver a comer a casa, hacer la siesta, recoger a los niños al colegio con su mujer, pasear y conversar con los amigos, volver a casa, cenar y luego meterse todos felices en la cama?
Entonces, mientras el ejecutivo necesitaba tener una vida de esfuerzos e inversiones para, sólo al final, disfrutar de ciertos momentos de gozo, el pescador disfrutaba su barca, su familia y su tiempo, haciendo lo que necesitaba para vivir feliz.
Esta ecuación no falla: mientras más nos dediquemos a aquello que realmente nos identifica, más orgullosos estaremos de nuestros logros, porque no implicarían solamente una forma de ganar dinero para obtener ciertas comodidades y bienes materiales, sino disfrutar cada día, cada hora, cada papel escrito, cada pescado, cada "salida a la mar".
Entonces, resulta especialmente relevante darse cuenta de los sacrificios que creemos que debemos hacer y los beneficios que obtenemos a través de ellos. Pregúntese: ¿Valen la pena? ¿Es esto lo que me hace feliz? Quizás la felicidad no está en lo que vamos a lograr viviendo una vida sacrificada para llegar a un día determinado en que lograremos todo aquello que hemos pospuesto, sino en disfrutar cada día lo que hacemos, y para eso, hay que ser la persona que queremos y necesitamos ser para ser felices. A lo mejor una pura red nos alcanza para conquistar la felicidad.
Partamos por el hecho de que lo que creemos que somos conforma una entidad psicológica llamada “autoconcepto”, que cada uno de nosotros desarrolla a lo largo de la vida, y que va cambiando en la medida que vamos formando nuestra identidad. O sea, quiénes somos implica también lo que hacemos y de qué somos capaces, y también cómo nos sentimos al respecto de lo que somos. Es decir, que la manera en que nos conceptualizamos a nosotros mismos tiene influencia en nuestra autoestima, en cuánto nos queremos, o nos creemos merecedores de nuestra felicidad o desdicha.
Esta que reproduzco acá es la historia de un pescador. Es una versión de la original, que escuché hace algún tiempo:
En cierta ocasión iba un ejecutivo muy exitoso paseando por una playa. Era el mediodía cuando se encontró con un pescador que felizmente recogía sus redes llenas de pescado. El ejecutivo le preguntó si no era muy temprano para dejar de trabajar. El pescador le miró de reojo y, sonriendo mientras recogía sus redes, le dijo que había pescado lo que necesitaba y que por lo tanto, ya podía regresar a su casa. Incrédulo, el ejecutivo siguió cuestionándolo y el pescador, sorprendido, le respondió:
Mire, yo me levanto por la mañana a eso de las nueve, desayuno con mi mujer y mis hijos, luego les acompaño al colegio, y a eso de las diez me subo a mi barca, salgo a pescar, faeno durante cuatro horas y a las dos estoy de vuelta. Con lo que obtengo en esas cuatro horas tengo suficiente para que vivamos mi familia y yo, sin holguras, pero felizmente. Luego voy a casa, como tranquilamente, hago la siesta, voy a recoger a los niños al colegio con mi mujer, paseamos y conversamos con los amigos, volvemos a casa, cenamos y nos metemos en la cama felices.
El ejecutivo intervino una y otra vez, proponiéndole al pescador que invirtiera más tiempo, para ganar más dinero, y comprar nuevos materiales que le permitieran, en un horario de 8 de la mañana a 10 de la noche, lograr una pequeña flota de barcos, con pescadores a quienes él debería dirigir, para convertirse así, en un hombre exitoso y rico como él.
El pescador, sin comprender el sentido de lo que aquel hombre estaba diciendo, después de escucharlo planificarle su vida por los próximos 20 ó 30 años de trabajo, una vez más, preguntó “¿y eso, para qué?” y el exitoso ejecutivo, desconcertado por la pregunta, respondió:
¡Cómo se nota que usted no tiene visión empresarial ni estratégica ni nada de nada! ¿No se da cuenta de que con todos esos barcos tendría suficiente patrimonio y tranquilidad económica como para levantarse tranquilamente por la mañana a eso de las nueve, desayunar con su mujer e hijos, llevarlos al colegio, salir a pescar por placer a eso de las diez y sólo durante cuatro horas, volver a comer a casa, hacer la siesta, recoger a los niños al colegio con su mujer, pasear y conversar con los amigos, volver a casa, cenar y luego meterse todos felices en la cama?
Entonces, mientras el ejecutivo necesitaba tener una vida de esfuerzos e inversiones para, sólo al final, disfrutar de ciertos momentos de gozo, el pescador disfrutaba su barca, su familia y su tiempo, haciendo lo que necesitaba para vivir feliz.
Esta ecuación no falla: mientras más nos dediquemos a aquello que realmente nos identifica, más orgullosos estaremos de nuestros logros, porque no implicarían solamente una forma de ganar dinero para obtener ciertas comodidades y bienes materiales, sino disfrutar cada día, cada hora, cada papel escrito, cada pescado, cada "salida a la mar".
Entonces, resulta especialmente relevante darse cuenta de los sacrificios que creemos que debemos hacer y los beneficios que obtenemos a través de ellos. Pregúntese: ¿Valen la pena? ¿Es esto lo que me hace feliz? Quizás la felicidad no está en lo que vamos a lograr viviendo una vida sacrificada para llegar a un día determinado en que lograremos todo aquello que hemos pospuesto, sino en disfrutar cada día lo que hacemos, y para eso, hay que ser la persona que queremos y necesitamos ser para ser felices. A lo mejor una pura red nos alcanza para conquistar la felicidad.
EMIGRE A RATOS EN SU PATRIA: AUMENTE EL CI SIN ESTRESARSE…

En un mundo como el nuestro, en el que en muchas ocasiones las realidades económicas, políticas y sociales son mejores lejos de nuestros países de origen, la emigración es un fenómeno muy común. Sin embargo, no por frecuente resulta poco complejo.
Son pocas las personas que acuden a las consultas psicológicas “por ser emigrantes”, sin embargo, en países donde el porcentaje de emigrantes es muy alto, este fenómeno es causal de consultas en tanto genera síntomas asociados con depresión, ansiedad, e incluso trastornos adaptativos. O sea, que las personas acuden por el malestar asociado a vivir en un país que no es el propio. Pero, ¿cuál es ese malestar? La emigración en sí no es el problema, sino el proceso de aculturación que sufren las personas que emigran. Y, ¿qué es la aculturación? Ese proceso caracteriza los cambios en la conducta y en la psiquis de las personas, que ocurren como resultado de la interacción con individuos de otros grupos culturales. Entonces, la aculturación es el proceso que viven las personas que abandonan su cultura en particular, para insertarse en otra. Esta inserción supone un nivel de estrés que puede variar de acuerdo a múltiples aspectos. Por ejemplo, resulta menos estresante vivir en un país donde el idioma, el clima, las opciones laborales, etc. no sean muy diferentes a las del lugar natal. Por otra parte, los países donde la cultura está marcada por tendencias religiosas muy fuertes, como los países islámicos, supondrían cambios mayores para alguien que haya nacido en la cultura occidental. O sea, que mientras más drástico el cambio, más fuerte es el proceso de aculturación, y supondría un estrés mayor.
Pero no nos vayamos a los extremos. Si analizamos el proceso de aculturación entre países vecinos, veríamos que es bien fuerte también; dependiendo además de las concepciones sociales que existan acerca de la nacionalidad del que emigra en el país de destino. Por ejemplo, la situación política actual entre Chile y Bolivia supondría un proceso de aculturación más complicado para un chileno que llega a La Paz, que para un costarricense que arriba al mismo sitio. Sin embargo, aunque la emigración tome lugar entre países muy cercanos y similares culturalmente, es siempre un proceso que implica estrés, añoranza, y cierta tristeza; pues involucra para el que emigra dejar atrás todo lo que le era cotidiano, desde la familia y los amigos, hasta la forma de llamarle a las micros, sin dejar de mencionar a los perros callejeros o la forma de hacer filas.
Es por eso que mi objetivo es transmitir un mensaje bien explícito: el hecho de que el mundo esté distribuido en países implica que todos somos extranjeros en el mundo entero excepto en un solo sitio: en el lugar donde nacimos. Y visto desde este punto de vista, tenemos más lugar para ser emigrantes que para no serlo. Conocer emigrantes nos prepara para ser ciudadanos de otra parte del mundo, pues toda interacción entre personas de nacionalidades distintas es un proceso de aculturación en mayor o menor medida. Por eso, le recomiendo que se someta a esos procesos, con la tranquilidad de que cuando regrese a su casa va a “tomar once” y no a “cenar” y de que va a poder ver su programa favorito en la TV, en su idioma natal.
Myrtha Gajardo, una ilustre y muy querida profesora de la Universidad Santo Tomás, decía que viajar aumenta el Coeficiente Intelectual, porque nos obliga a reestructurar nuestros esquemas y nos aporta flexibilidad al pensamiento, porque nos vemos en la necesidad –y repito-, en la necesidad de re-pensar nuestras costumbres y modos de conducirnos ante la vida. Yo le propongo que si no viaja, enriquezca su CI interactuando con personas de otras culturas. A lo mejor un mojito o una caipiriña le dan un par de puntos más…
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