Anaís Aluicio, Psicóloga Clínica

PSICÓLOGA CLÍNICA

Diplomado en Docencia Universitaria. Universidad San Sebastián.
Pasantía Clínica. Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Chile. Santiago, Chile.
Diplomado Psicología Clínica: Psicodiagnóstico y Psicoterapia. Universidad de Chile. Santiago, Chile.
Psicología. Mención Psicología Clínica. Universidad Santo Tomás. Santiago, Chile.
Psicología. Universidad de La Habana. Cuba




viernes, 28 de noviembre de 2008

Celebración del Día del Psicólogo en la UST

Este es un extracto de mi comentario en la celebración del Día del Psicólogo, que celebramos en la UST, el 12 de noviembre de 2008.
(...)


Primeramente, antes de comenzar a hablar de mi experiencia laboral, me gustaría hacer referencia a un par de puntos que son de vital importancia para la exposición posterior.

Yo ingresé a la Universidad Santo Tomás con estudios previos de Psicología en Cuba, mi país natal. (...) Hice mi proceso de ingreso, y con el pasar de los semestres, amé y repudié profundamente a muchos profesores, para después darme cuenta de que gracias a sus falencias y virtudes me quedé con lo mejor de cada uno de ellos. Aunque creo que el semestre que cometí la osadía de tomar 10 ramos los odié a todos… (aunque igual me eximí de dar examen final en 7 de esos 10)

Pronto llegó el momento de elegir mención, y aunque siempre supe que yo era clínica de cuerpo y alma, tuve algunas “aventuras” en otras menciones, sin embargo; un día me vi en un box del CAPs, sola, con una paciente que creía más que yo en mi capacidad de ayudarla, y critiqué que nos hicieran esto (a ella y a mí), en un momento en el que aún yo estaba “poco preparada”. Sin embargo, tal como me había pasado antes, cuando llegué a mi práctica laboral en 5to año, me di cuenta de que nosotros podíamos hablar de pacientes bastante más cómodamente que los de otras universidades de más linaje.

Durante mi práctica profesional, para mí la Psicología Clínica era puramente institucional. Se seguían las normas del lugar que nos acogió, y tanto nosotros como los pacientes debíamos obedecerlas. Una vez más, la primera reacción fue de cuestionamiento y crítica negativa ante ciertas reglas, que obviamente nosotros sabríamos adaptar mejor que esos profesionales que llevaban años siendo psicólogos, muchos de ellos, dicho sea de paso, creadores de modelos “supraparadigmáticos” o “inauguradores” de institutos… Cuando egresé y me dieron el Certificado de Título, me arrendé una consulta por un día a la semana y cuando vi que las reglas las podría colocar yo, que nadie me iría a corregir y que si un paciente entraba en crisis yo estaría más sola que guardiana de faro, quería que alguien, ¡por favor!, me controlara la hora de entrada, y que de pasadita, pusiera a mi disposición un psiquiatra, un test de Rorschach, un TRO y un par de secretarias; pero más que nada, yo echaba de menos a mi supervisora, sí, ¡a mi supervisora!

Así, abrí los ojos a un mundo de responsabilidad profesional y a cada minuto, cual discípula obediente, me preguntaba en mi soledad laboral: ¿qué diría Carmen Luz de esto? me asocié a un co-terapeuta y entre los dos hacíamos lo que aprendí a hacer en mi pre-práctica y práctica: a funcionar como un equipo de trabajo y a compartir nuestras experiencias y resúmenes de sesiones con los pacientes. Poco a poco, me fui dando cuenta de que los psicólogos nos seguimos creyendo durante la formación de pregrado que sólo cuando egresemos lo sabremos todo, y en cierta forma ya lo íbamos sabiendo, aunque no “nos creíamos el cuento”, y no nos sentíamos capaces de “ser psicólogos”.

Después, por las vueltas de la vida, un par de correos oportunos, mucho atrevimiento y un currículum con asesoría, comencé a trabajar como docente… y ahí empecé a pensar en los profes que amé y repudié, y sentí que esta vez yo estaba del otro lado de la cancha… lista para ser amada por unos y repudiada por otros, y me di cuenta de que Bandura tenía razón, porque me vi haciendo cosas que aprendí sin saber que las había aprendido, me descubrí imitando a unos profesores y evitando seguir el ejemplo de otros. O sea, que incluso los profesores que yo creía no tan buenos me guiaron en el camino. Por otra parte, esa “aventura” que tuve con la mención Educacional se convirtió en una relación estable, pero, por alguna razón, parece no haber incompatibilidad de caracteres entre estos dos amores.

Tuve la crisis normativa correspondiente, pero ya me acostumbré a que me trataran de “usted”, y bien rápido comencé a hacer dos Diplomados, que fueron el complemento perfecto para la formación de pregrado que había tenido, y que además me abrieron muchas puertas. Después de que otras tantas se cerraran.

Actualmente, hago clases en horario diurno y vespertino, y atiendo pacientes una vez a la semana. Estudio más que cuando estaba en la universidad, pero ahora la nota la ponen los destinatarios de mis búsquedas bibliográficas: mis estudiantes y mis pacientes, cuando aprenden o no, cuando ocurre cambio en psicoterapia, o no. Créanme que son mucho más exigentes que cualquier profesor.

Creo que hasta hoy, las lecciones más importantes han sido que nunca se termina de aprender, que el trabajo colaborativo es mil veces más enriquecedor y provechoso que las tareas que se enfrentan a solas, y que se es psicólogo a secas, porque la Psicología está en todo y en todos, y que sin tender a ser “expertos en nada”, no podemos enajenarnos de la labor de las otras áreas, porque nuestro objeto de estudio, en el fondo, es el mismo, aunque pongamos el énfasis en ciertos procesos.

viernes, 24 de octubre de 2008

A ti, que me dices "profe"...

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A ti, que te interesas por mí, te quiero agradecer el cariño que me das, el espacio que construyes conmigo y con tus compañeros en la sala de clases, la comprensión y el respeto que demuestras por mi labor. Sin ti no sería tan feliz como maestra. Gracias.
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miércoles, 21 de mayo de 2008

¿Cuántas redes necesito para ser feliz?

A propósito de algunas experiencias personales, y del orgullo y la alegría que me genera ejercer mi profesión, hoy me gustaría reflexionar acerca de las vivencias relacionadas con el trabajo y la profesión en la vida.
Partamos por el hecho de que lo que creemos que somos conforma una entidad psicológica llamada “autoconcepto”, que cada uno de nosotros desarrolla a lo largo de la vida, y que va cambiando en la medida que vamos formando nuestra identidad. O sea, quiénes somos implica también lo que hacemos y de qué somos capaces, y también cómo nos sentimos al respecto de lo que somos. Es decir, que la manera en que nos conceptualizamos a nosotros mismos tiene influencia en nuestra autoestima, en cuánto nos queremos, o nos creemos merecedores de nuestra felicidad o desdicha.
Esta que reproduzco acá es la historia de un pescador. Es una versión de la original, que escuché hace algún tiempo:
En cierta ocasión iba un ejecutivo muy exitoso paseando por una playa. Era el mediodía cuando se encontró con un pescador que felizmente recogía sus redes llenas de pescado. El ejecutivo le preguntó si no era muy temprano para dejar de trabajar. El pescador le miró de reojo y, sonriendo mientras recogía sus redes, le dijo que había pescado lo que necesitaba y que por lo tanto, ya podía regresar a su casa. Incrédulo, el ejecutivo siguió cuestionándolo y el pescador, sorprendido, le respondió:
Mire, yo me levanto por la mañana a eso de las nueve, desayuno con mi mujer y mis hijos, luego les acompaño al colegio, y a eso de las diez me subo a mi barca, salgo a pescar, faeno durante cuatro horas y a las dos estoy de vuelta. Con lo que obtengo en esas cuatro horas tengo suficiente para que vivamos mi familia y yo, sin holguras, pero felizmente. Luego voy a casa, como tranquilamente, hago la siesta, voy a recoger a los niños al colegio con mi mujer, paseamos y conversamos con los amigos, volvemos a casa, cenamos y nos metemos en la cama felices.
El ejecutivo intervino una y otra vez, proponiéndole al pescador que invirtiera más tiempo, para ganar más dinero, y comprar nuevos materiales que le permitieran, en un horario de 8 de la mañana a 10 de la noche, lograr una pequeña flota de barcos, con pescadores a quienes él debería dirigir, para convertirse así, en un hombre exitoso y rico como él.
El pescador, sin comprender el sentido de lo que aquel hombre estaba diciendo, después de escucharlo planificarle su vida por los próximos 20 ó 30 años de trabajo, una vez más, preguntó “¿y eso, para qué?” y el exitoso ejecutivo, desconcertado por la pregunta, respondió:
¡Cómo se nota que usted no tiene visión empresarial ni estratégica ni nada de nada! ¿No se da cuenta de que con todos esos barcos tendría suficiente patrimonio y tranquilidad económica como para levantarse tranquilamente por la mañana a eso de las nueve, desayunar con su mujer e hijos, llevarlos al colegio, salir a pescar por placer a eso de las diez y sólo durante cuatro horas, volver a comer a casa, hacer la siesta, recoger a los niños al colegio con su mujer, pasear y conversar con los amigos, volver a casa, cenar y luego meterse todos felices en la cama?

Entonces, mientras el ejecutivo necesitaba tener una vida de esfuerzos e inversiones para, sólo al final, disfrutar de ciertos momentos de gozo, el pescador disfrutaba su barca, su familia y su tiempo, haciendo lo que necesitaba para vivir feliz.
Esta ecuación no falla: mientras más nos dediquemos a aquello que realmente nos identifica, más orgullosos estaremos de nuestros logros, porque no implicarían solamente una forma de ganar dinero para obtener ciertas comodidades y bienes materiales, sino disfrutar cada día, cada hora, cada papel escrito, cada pescado, cada "salida a la mar".
Entonces, resulta especialmente relevante darse cuenta de los sacrificios que creemos que debemos hacer y los beneficios que obtenemos a través de ellos. Pregúntese: ¿Valen la pena? ¿Es esto lo que me hace feliz? Quizás la felicidad no está en lo que vamos a lograr viviendo una vida sacrificada para llegar a un día determinado en que lograremos todo aquello que hemos pospuesto, sino en disfrutar cada día lo que hacemos, y para eso, hay que ser la persona que queremos y necesitamos ser para ser felices. A lo mejor una pura red nos alcanza para conquistar la felicidad.

EMIGRE A RATOS EN SU PATRIA: AUMENTE EL CI SIN ESTRESARSE…


En un mundo como el nuestro, en el que en muchas ocasiones las realidades económicas, políticas y sociales son mejores lejos de nuestros países de origen, la emigración es un fenómeno muy común. Sin embargo, no por frecuente resulta poco complejo.
Son pocas las personas que acuden a las consultas psicológicas “por ser emigrantes”, sin embargo, en países donde el porcentaje de emigrantes es muy alto, este fenómeno es causal de consultas en tanto genera síntomas asociados con depresión, ansiedad, e incluso trastornos adaptativos. O sea, que las personas acuden por el malestar asociado a vivir en un país que no es el propio. Pero, ¿cuál es ese malestar? La emigración en sí no es el problema, sino el proceso de aculturación que sufren las personas que emigran. Y, ¿qué es la aculturación? Ese proceso caracteriza los cambios en la conducta y en la psiquis de las personas, que ocurren como resultado de la interacción con individuos de otros grupos culturales. Entonces, la aculturación es el proceso que viven las personas que abandonan su cultura en particular, para insertarse en otra. Esta inserción supone un nivel de estrés que puede variar de acuerdo a múltiples aspectos. Por ejemplo, resulta menos estresante vivir en un país donde el idioma, el clima, las opciones laborales, etc. no sean muy diferentes a las del lugar natal. Por otra parte, los países donde la cultura está marcada por tendencias religiosas muy fuertes, como los países islámicos, supondrían cambios mayores para alguien que haya nacido en la cultura occidental. O sea, que mientras más drástico el cambio, más fuerte es el proceso de aculturación, y supondría un estrés mayor.
Pero no nos vayamos a los extremos. Si analizamos el proceso de aculturación entre países vecinos, veríamos que es bien fuerte también; dependiendo además de las concepciones sociales que existan acerca de la nacionalidad del que emigra en el país de destino. Por ejemplo, la situación política actual entre Chile y Bolivia supondría un proceso de aculturación más complicado para un chileno que llega a La Paz, que para un costarricense que arriba al mismo sitio. Sin embargo, aunque la emigración tome lugar entre países muy cercanos y similares culturalmente, es siempre un proceso que implica estrés, añoranza, y cierta tristeza; pues involucra para el que emigra dejar atrás todo lo que le era cotidiano, desde la familia y los amigos, hasta la forma de llamarle a las micros, sin dejar de mencionar a los perros callejeros o la forma de hacer filas.
Es por eso que mi objetivo es transmitir un mensaje bien explícito: el hecho de que el mundo esté distribuido en países implica que todos somos extranjeros en el mundo entero excepto en un solo sitio: en el lugar donde nacimos. Y visto desde este punto de vista, tenemos más lugar para ser emigrantes que para no serlo. Conocer emigrantes nos prepara para ser ciudadanos de otra parte del mundo, pues toda interacción entre personas de nacionalidades distintas es un proceso de aculturación en mayor o menor medida. Por eso, le recomiendo que se someta a esos procesos, con la tranquilidad de que cuando regrese a su casa va a “tomar once” y no a “cenar” y de que va a poder ver su programa favorito en la TV, en su idioma natal.
Myrtha Gajardo, una ilustre y muy querida profesora de la Universidad Santo Tomás, decía que viajar aumenta el Coeficiente Intelectual, porque nos obliga a reestructurar nuestros esquemas y nos aporta flexibilidad al pensamiento, porque nos vemos en la necesidad –y repito-, en la necesidad de re-pensar nuestras costumbres y modos de conducirnos ante la vida. Yo le propongo que si no viaja, enriquezca su CI interactuando con personas de otras culturas. A lo mejor un mojito o una caipiriña le dan un par de puntos más…

miércoles, 27 de febrero de 2008

Sistemas y control. El control de y desde los sistemas


Según la teoría de los sistemas, cada uno de nosotros está inmerso en una red de relaciones que tiene un funcionamiento propio. Por lo general, los psicólogos y psiquiatras estudian las redes familiares de sus pacientes y los sistemas en los que están inmersos, por la importancia que tienen en la salud psicológica de cada uno de nosotros. Funcionar en un sistema de relaciones implica que si uno de los componentes del mismo se afecta, repercutirá en toda la red, y viceversa.
¿Cuánto afectan a nuestra red social y familiar más cercana cada uno de sus componentes? ¿Cuánto afectamos nosotros a las redes de las cuales formamos parte? En general, los seres humanos funcionamos en un sistema de interrelaciones, y afectamos y somos afectados por nuestras personas significativas de manera positiva o negativa. La verdad es que aunque muchos de nosotros le atribuimos bastante responsabilidad por nuestra forma de ser a nuestros padres o cuidadores, la mayoría de la influencia que ejercieron ellos u otras personas significativas, ha quedado grabada en nuestro inconsciente, por lo que no nos enteramos de ella. Además, todos nosotros afectamos positiva o negativamente las redes que conformamos, mediante la toma de decisiones, que aunque sea acerca de nuestra propia vida, sólo por el hecho de formar parte de un sistema, lo afecta en pleno y al resto de los componentes. Por ejemplo, si un joven decide tener hijos, afecta a su propia vida con esta decisión, por las tareas y responsabilidades que implica (por decir lo menos), pero además afecta la autopercepción de sus padres, que serían abuelos, y también la vida de ese nuevo ser que no pide venir ni que lo traigan y que tiene a otro decidiendo por él. Que otros decidan lo que va a pasarnos en nuestra vida no es más que algo normal y esperable, porque incluso antes de nacer, ya hay otra persona que decide por nosotros si existiremos o no.
Para aquellos que suelen compartir las responsabilidades de su vida, posibilitando que los demás le ayuden a controlarla y/o guiarla, funcionar en sistemas suele ser muy útil y adaptativo, pues siempre sentirán que tienen un respaldo, un “otro” con quien compartir la toma de decisiones, y por lo tanto, las consecuencias de las mismas. Sin embargo, para aquellos que necesitan tener el control, a los que les gusta tener bien tomadas las riendas de su propia vida (y por tanto, un poco la de los demás, considerando que los otros son parte del sistema propio que se intenta controlar), puede ser catastrófico y muy frustrante ver cómo no son capaces de lograrlo, ya que ninguno de nosotros tiene el poder de hacerlo.
Quizás entonces la única solución a la disyuntiva del controlador sería entrenarse en entregarse a los demás, pero habiendo aprendido a conocer al otro a quien le entregaremos parte de las rindas de nuestras vidas. No se asocie con cualquiera, sea selectivo, pues todo aquel que entra en su vida entra en su red y en la vida de quienes la componen. Deberíamos comenzar a comprender la imposibilidad de no ser influidos por los otros, ya que éstos son parte de nuestra vida y son necesarios en algún sentido.

domingo, 6 de enero de 2008

Primera Jornada de Patología Borderline


Los días 04 y 05 de enero pasados se celebró en el hotel Marriott, organizada por la Universidad del Desarrollo, la Primera Jornada de Patología Borderline, que contó con la presencia de los renombrados especialistas Otto Kernberg y John Clarking.
Estos doctores ofrecieron sus conocimientos acerca de la Transference Focused Therapy (TFP, Terapia Centrada en la Transferencia), que ha tenido probada eficacia en el tratamiento de pacientes con estructura de personalidad limítrofe. Dicha metodología se basa en el establecimiento de un encuadre constante, de forma que cualquier transgresión a éste, es interpretada como parte de la transferencia del paciente.
El Dr. Otto Kernberg hizo especial énfasis en la necesidad de interpretar cada conducta del paciente, así como en la importancia de una frecuencia mínima semanal de dos sesiones, en pos de fortalecer el vínculo terapéutico, que una vez más, asoma como el pilar sobre el que se erige el proceso psicoterapéutico.
Al preguntar a los doctores acerca de la utilidad de esta propuesta de tratamiento en otros trastornos de personalidad (según clasificación DSM IV), éstos comentan que no han realizado estudios al respecto; sin embargo, aseguran que la TFP ha demostrado su efectividad en personalidades de estructura limítrofe (según la clasificación de Kernberg).
El Dr. Clarking destacó la necesidad de analizar además la contratransferencia del terapeuta, motivada por el paciente, en una situación de encuadre constante. El Dr. Kernberg comentó al respecto, que lo importante no es por qué el terapeuta experimenta cierta contratransferencia, sino qué hace el paciente para provocarla.
Sin dudas fue una experiencia única. Personalmente agradezco a los doctores su dedicación y genialidad al exponer sus teorías y experiencia de una forma empática y dinámica.